Época: Luvio-aramea
Inicio: Año 1200 A. C.
Fin: Año 708 D.C.

Antecedente:
El arte de la época luvio-aramea

(C) Federico Lara Peinado y Joaquín Córdoba Zoilo



Comentario

Cierto que los primeros pasos de la historia luvio-aramea son difíciles de precisar, pero contra lo que sugieren algunos autores, en modo alguno constituyen esa era oscura que habría dado origen a un inexplicable florecimiento de reinos luvitas y arameos en torno al año 1000. Bien al contrario, unos y otros se consolidaron y nacieron donde por lógica tenían que hacerlo. En las áreas que el hundimiento de las grandes potencias había dejado libre. Y toda su historia puede resumirse en tres fases: desde 1200 hasta finales del siglo X como período de formación; el siglo IX y primera mitad del VIII, años de madurez y rivalidad con Asiria, y por fin, la segunda mitad del siglo VIII, época de decadencia que se cierra para los arameos en el 720 con la caída de Sobah, y para los luvitas, con la de Kummuhu en el 708.
Todos los principados luvitas se asentaron dentro del territorio que había pertenecido al Imperio hitita pero, como es manifiesto, en las regiones en las que ya entonces eran mayoría luvitófonos y hurritófonos. Probablemente incluso, durante el último siglo del imperio, los territorios que luego construirían los reinos de Pattina, Karkemis o Kummuhu debieron ir acogiendo colonos procedentes de Kizzuwatna y las regiones cercanas. Con la destrucción de Hattusa y la administración central hitita, puede que el proceso de colonización se fortaleciera, aunque no tanto como para que el Tabal -muralla contra los frigios- se debilitara. La desaparición de la organización imperial, la inseguridad general derivada de los movimientos de pueblos inmediata al 1200, la muy montañosa geografía del área -que la libró de los ataques de los pueblos del mar-, y el hecho de que los luvitas -la nueva mayoría- nunca hubieran formado un Estado unificado, ayudaría a su disgregación política. Pero ésta no cuestionaba la realidad de un mundo de cultura común que, el siglo XI, se reflejaba ya en los releves de Aïn Dara y no pocos de Karkemis, tan distantes entre sí. Y aunque la mayor parte de los reinos y capitales se crearan entonces, de buena gana reconocieron una cierta calidad a los antiguos, como Milid y, sobre todo, Karkemis, al que los asirios seguirían llamando el Gran Hatti. Es muy probable que cuando Tukulti-apil-esarra I (1115-1077) hablara de sus combates contra Hatti, Karkemis y Milid, el mapa de los principados en fase de consolidación prefigurara el existente a fines del milenio: un fuerte Tabal al otro lado del Tauro, Hilakku y Que en las regiones montañosas y llanas del sur anatólico, Pattina con su capital Kunulua en la región de Amuq, Gurgum y su centro principal Marqasi (Mar´as) en el curso medio y alto del río Coyhan, Karkemis junto al Eufrates y al norte de la llanura de Aleppo y, finalmente, Kummuhu y Kammanu con su capital Milid (Arslantepe) aguas arriba, en la orilla derecha del Éufrates. Un área muy amplia donde, como destaca Heinz Genge, los hallazgos de materiales epigráficos en luvita jeroglífico no son extraños.

Pese a su pequeño tamaño, no deja de ser llamativo que todos estos Estados acometieran ambiciosos proyectos arquitectónicos desde muy pronto. ¿De dónde sacaron la suficiente capacidad económica para afrontarlos? La respuesta, apuntada por S. Mazzoni, parece concluyente: "los Estados luvitas se situaron en áreas que aunaban dos cosas, una excelente protección geográfica que permitía además controlar impunemente las vías de comunicación y comercio y, sobre todo, el dominio exclusivo de los más importantes yacimientos de hierro en una época clave, los dos últimos siglos del II milenio que conllevaron la reconversión tecnológica".

Por lo que a los arameos se refiere, recordaba A. Dupont -Sommer que los ahlamu de la época de Amarra fueron los tempranos heraldos de lo que en torno al 1100 a. C. sería para Asiria una molesta plaga- que precisó las 28 campañas de Tukulti-apil-esarra I y, hacia el 1000 a. C. un peligro verdadero. En el curso de los siglos XIV y XIII, los arameos habían ido ocupando la región de Tadmor, el Yabal Bisri y las estepas entre el Eúfrates, el Balih y el Habur. Destruido Mitanni-Hanigalbat, ellos se asentarían en los valles y las tierras altas de la Yazira que Asiria fue entonces incapaz de conservar. Por su lengua y su largo contacto previo, la sedentarización en la región sirio-cananea fue fácil y rápida: los reinos de Sobah, Damasco y Hamat -con fuerte componente luvita- entrarían pronto en la historia. Algo después se irían constituyendo los dos norte: Bit Bahiani en las fuentes del Habur, con su capital en Guzana y Sikanni, Bit Adini y su centro principal Til Barsip, en las orillas del Éufrates -al sur del luvita Karkemis- Bit Agusi en la región de Aleppo, cerca de la que se levantó su capital Arpad y, en fin, rodeado de luvitas que constituían no poca de su población, Sam'al, conocido también por Y´dy o Bit Gabbar.

Los arameos -como los luvitas- tenían un cierto sentimiento de grupo. El Aram de sus inscripciones, aunque no siempre significara lo mismo, era una imagen de su mundo cultural, más lentamente evolucionado que el de los luvitas. Pues entre los arameos, el modelo gentilicio dominó durante mucho tiempo su concepción del Estado. De ahí el nombre de sus reinos -Bit X, la casa de X- y algunas formas paternalistas del poder que, como apunta M. Liverani, tienen un claro origen nómada. La tendencia a la centralización progresiva, puesta en evidencia por H. Sader, hizo que la nación ligara su suerte a la de la capital. Lo que con ocasión de las guerras con Asiria resultaría catastrófico.

Salvo los primeros roces en la época de asentamiento y consolidación, luvitas y arameos no formaron comunidades enfrentadas habitualmente. Allí donde convivieron, como en Sam'al y Hamat, las inscripciones sugieren que al fin tuvo que imponerse el equilibrio. Y en el terreno artístico, está claro que los arameos aceptaron no poco de las técnicas y el lenguaje estético de los luvitas. Pero acaso fue tan sólo la mala fortuna, la que ligó el destino final de unos y otros.

Tras el largo período de paz vivido entre los años 1075 y 934, la reactivación nacional imprimida por Adad-nirari II alimentó en Asiria el objetivo añorado: conquistar Siria. Aram y el Gran Hatti constituían los enemigos a batir, y los reyes asirios se empeñaron en conseguirlo. Primero cayó Bit Bahiani; luego el estratégico Bit Adini -cruce del Éufrates-, vería el paso de Salmanasar III (858-824). Al otro lado del río se le enfrentaría sin suerte una alianza multinacional compuesta por Sam'al, Pattina, Karkemis y Que. Años después, sin embargo, otra alianza le combatiría con éxito en Qarqar. Pero sólo fue un respiro. En el curso del siglo VIII, Urartu acudió en ayuda de luvitas y arameos. Aliado con Bit Agusi, Kammanu, Gurgum y Kummhu, sería derrotada sin embargo por Tuliulti-apil-esarra III en el 743. Luego caerían Arpad (740) y la gran Damasco (732), el alma de los arameos del sur. Los días estaban contados. Y Sargon II (721-705) daría el golpe final: a Hamat y Sobah en el 720; a Karkemis, Tabal, Hilakku, Que, Malatya, Gurgum y Kumuhu entre 717 y el 707. Desde entonces, el mundo luvio-arameo entró en una rápida decadencia. Cesaron las construcciones, se abandonaron los palacios y las ciudadelas, se perdió el uso del jeroglífico. Al otro lado del Tauro, sólo Tabal y Hilakku recuperaron la libertad. Pero su historia es desconocida salvo que, como dice M. Liverani, lejos de Asiria, una cultura luvita manifestada en la onomástica pervivió allí hasta la llegada del mundo helenístico.